Tomás luis de Victoria

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Acordes a T. L. de Victoria

José Hierro, 1952

¿Estarás donde estabas,
Tomás Luis de Victoria?
¿Al pie de las vidrieras
abiertas a las olas?
El órgano de plata.
Los rosales sin rosas.
El viento galopando
por la luz misteriosa.
El amarillo otoño
besándonos la boca.

¿Aún abrirás los bosques?
¿Aún talarás las olas?
¿Alzarás las columnas
de la noche a la gloria?
¿Gotearás de estrellas
las rojas amapolas?
¿Harás brillar los peces
sobre la orilla sola?
¿Prenderás tus marfiles
en las cimas remotas?
¿Poblarás con tu lumbre
crepuscular la aurora?
¿Serás el mismo que eras,
Tomás Luis de Victoria?
¿Llevarás en la mano
la dorada limosna,
misteriosa moneda,
luna verde y redonda,
ojo donde los hombres
apacientan sus horas?

Silencio. Del instante
lunar, la fuente brota.
¡Dios mío! Estamos muertos.
Gira el astro. Se borra
la eternidad herida,
las heridas palomas,
el cristal donde estalla
la luz que se desploma.
Todas las almas llevan
sangrando su corona.
Sin tiempo. Sin caminos.
Como un árbol sin hoja.
Como una primavera
muda, y errante y rota...

José Hierro, 1952

Este poema de José Hierro aparece en el libro Quinta del 42 editado en 1952 (en la antología de Aurora de Albornoz se dice que es de 1953). Pertenece a la sección tercera Esfinge interior, primera subsección Alucinaciones, páginas 276-277. Como nota interesante, el poema que va a continuación está dedicado a Palestrina.


Se puede encontrar un comentario sobre este poema en el libro La poesía de José Hierro: del irracionalismo poético a la poesía de la posmodernidad de Jesús María Barrajón, publicado por Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, Cuenca, 1999. Reproducimos a continuación un fragmento (páginas 191-193):

El poema, dividido en dos partes, puede ser interpretado como un camino de ascensión y caída. La primera parte sería la subida hacia una plenitud lograda gracias a la acción de la música de Tomás Luis de Victoria; la segunda, la vuelta a la realidad. En ningún momento se nos dice quién es Victoria, ni siquiera se hacen referencias a la música —tan frecuentes, sin embargo, en otros poemas de Hierro—, salvo en el título, en el que aparece la palabra «acordes», y en el verso 5, en el que se emplea la palabra «órgano». Como todo poema que se vale de un referente cultural, su significado sale ganando si el lector posee los conocimientos culturales de los que el poeta parte; pero aquí, y en los restantes poemas de Hierro en que esto suceda, incluidos los poemas de Agenda, la comunicación, aun sin esa información, se establece del mismo modo, porque no es utilizada por el poeta para distanciar o para brillar, sino para proyectarse. Se trata, tal y como ha visto Aurora de Albornoz1 en Estatuas yacentes, de atribuir al personaje sentimientos que no son de este, o no tienen por qué serlo, sino solo del narrador. Si recurrimos a la información intertextual, resulta significativo que el poema se valga del mismo léxico con valor de símbolo heterogéneo que viene siendo frecuente en el Hierro que nos comunica una intimidad esencial. Pero aunque no nos valgamos de aquello que lo intertextual nos hace saber, un elemento de esos treinta versos nos lleva inevitablemente al narrador: es la primera persona del plural del verso 10: «El amarillo otoño/ besándonos la boca» (dentro de los versos 5-10 que ofrecen el escenario previo —la música del órgano que suena en el otoño—, que hace posible los restantes versos interrogativos, nacidos al escuchar la música de Tomás Luis de Victoria); y la expresión «estamos muertos», incluida en los versos que sirven de marco final al poema (vv. 31-44). Este plural nos informa sobre la participación del narrador en el poema. Pero debemos ir más allá. Al referirse a la belleza natural y a su valor de símbolo heterogéneo en todo poema, Bousoño señala que «solo lo humano o lo de algún modo humanizado se presenta como susceptible de emocionar al hombre»2. Pues bien, esa afirmación puede ampliarse para considerar, en otro orden de cosas, que lo exterior al hombre en sí mismo es únicamente susceptible de entrar en un poema lírico cuando el hombre se identifica con aquello exterior, es decir, cuando es interiorizado para convertirse en uno con él3. De este modo, poemas como este que comentamos deben ser entendidos como símbolos heterogéneos en su totalidad; esto es, en el caso concreto que nos ocupa, podemos afirmar que el poema interroga realmente de modo retórico a Victoria, cuya música ha emocionado al narrador, pero, al tiempo, y por eso es un poema lírico, esas preguntas interrogan al mismo narrador y nos dan noticia de su intimidad. Ahora bien, ello es así porque el paso del significado primero al simbólico se efectúa irracionalmente, sin explicitación del proceso. La diferencia con el famosísimo poema de Fray Luis «A Francisco Salinas»4 es que en este captamos racionalmente que es la música de Salinas la que hace ascender al narrador, como se percibe desde los primeros versos de la composición, y en el de Hierro no sucede así.

[...]

En el poema «Acordes a T. L. de Victoria» no existe relación aparente entre su significado primero y el irracional. Nos hallamos ante el significado irracional que se desprende de un poema que es, en sí mismo, un símbolo heterogéneo. Ahora bien, es necesario precisar que este proceso extraestético que llevamos a cabo es posterior a otro que lo posibilita, e igualmente irracional, pues el sentido primero del poema proviene del simbolismo homogéneo (¿Aún abrirás los bosques?), heterogéneo (¿Estarás donde estabas,/ Tomás Luis de Victoria?/ ¿Al pie de las vidrieras/ abiertas a las olas?) y del irracionalismo visionario (¿Aún talarás las olas?). El entendimiento del poema en su primer sentido proviene de la emoción irracional, y esta, a su vez, significa lo que significa en sí misma, y, posteriormente, simboliza las interrogaciones y la vida del narrador, que es quien se proyecta para preguntarse «¿Serás el mismo que eras,/ Tomás Luis de Victoria?», o el que finalmente se concibe «Como un árbol sin hoja./ Como una primavera/ muda, y errante y rota...».

Jesús María Barrajón


Notas

  1. ^ Aurora de Albornoz, José Hierro, Júcar (col. Los poetas), Madrid, 1982, p. 117.
  2. ^ Carlos Bousoño, El irracionalismo poético (El símbolo), Gredos, Madrid, [1977], 1981, 2ª edición, p. 434.
  3. ^ En todo poema que recurre a referencias culturales, ya sean centrales o tangenciales, estas, por encima de cualquier otra interpretación, poseen ese sentido de expresión simbólica de una realidad interior. [...]
  4. ^ Fray Luis de León, Poesías, edición del P. Ángel C. Vega, Saeta, Madrid, 1955, p. 449.